En la Costa Amalfitana, donde la montaña parece precipitarse directamente al mar, la historia dejó un testimonio peculiar de espiritualidad: un convento capuchino fundado en el siglo XIII.

Hoy, aquel espacio de recogimiento monástico renace como el Anantara Convento di Amalfi Grand Hotel, un proyecto que busca conjugar herencia arquitectónica con hospitalidad contemporánea.

El edificio conserva la impronta solemne de su pasado: claustros silenciosos, pasillos abovedados y una iglesia que sobrevivió al paso de los siglos. A diferencia de otros ejemplos de reconversión patrimonial que diluyen la memoria del lugar, aquí se ha intentado preservar la identidad de piedra y cal que durante siglos acogió a monjes dedicados a la oración.

Tras una restauración integral concluida en 2023, el hotel ofrece 52 habitaciones y suites que respetan la austeridad original, aunque suavizada por el confort del siglo XXI. Muchas de ellas se abren al mar Mediterráneo con balcones que parecen colgarse del acantilado. Otras, en cambio, se ocultan entre limonares o en rincones que invitan al recogimiento. La paradoja es evidente: antiguos cubículos de monjes ahora convertidos en estancias para el viajero que busca lo opuesto a la pobreza franciscana.

 

Amura,AmuraWorld,AmuraYachts, Lo que antes era un lugar de silencio, actualmente es un sitio de bullicio. Lo que antes era un lugar de silencio, actualmente es un sitio de bullicio.

 

El entorno es determinante en la experiencia. Desde las terrazas, Amalfi se extiende como un anfiteatro de casas blancas que descienden hacia el puerto. A diez minutos a pie, la Piazza del Duomo concentra el bullicio turístico y la vida local. Sin embargo, basta regresar al hotel para sentir la suspensión del tiempo, con la piscina infinita desbordando hacia el horizonte y el eco de campanas que alguna vez llamaron a maitines.

El capítulo gastronómico se escribe bajo la dirección del chef Claudio Lanuto, quien rescata recetas de la tradición monástica y costera para actualizarlas con técnicas contemporáneas. El restaurante Dei Cappuccini ofrece menús degustación que privilegian mariscos frescos y productos de los huertos locales, mientras que La Locanda della Canonica propone una atmósfera más informal, con pasta, pescado a la parrilla y pizzas napolitanas servidas bajo pérgolas frente al Tirreno. Comer aquí no es solo saciarse: es participar del paisaje.

El contraste entre espiritualidad y hedonismo se intensifica en el spa. Donde antes se practicaba la disciplina del silencio, ahora se ofrecen rituales de bienestar inspirados en los cítricos amalfitanos, con aceites esenciales y terapias que buscan devolver el equilibrio perdido al viajero urbano. El espacio, de 125 metros cuadrados, incluye hammam, salas para parejas y zonas de contemplación con vistas al mar.

Uno de los detalles más singulares es el acceso privado a la playa de Lido degli Artisti, a la que se llega en embarcación desde el puerto. Es un rincón apartado de las multitudes, con arena oscura, tumbonas alineadas y un mar que invita a repetir el antiguo gesto de bautismo, aunque ahora con un matiz laico: el simple goce de flotar.

Hospedarse en el Convento di Amalfi no es únicamente una elección de lujo; es un ejercicio de diálogo entre pasado y presente. Los muros que alguna vez protegieron la vida ascética de los capuchinos ahora resguardan a quienes buscan otro tipo de retiro: el del viajero que anhela belleza, silencio y mar, sin renunciar a las comodidades más terrenales.