El 12 de julio de 2007 el velero mexicano Ruahatú (en hawaiano: "Dios del viento”) salió de San Pedro, Golfo de California. Así iniciaba su participación en la Trans Pacific Yatch Race, una de las regatas más importantes del mundo, que reunió a 80 barcos de 30 a 100 pies, con tripulantes de varias nacionalidades.

Tripulado por Ricardo Brockmann, Raúl Velarde, Héctor Guzmán, Ricardo Brockmann hijo, Steve Malowney, Eric Brockmann, Diego Gálvez, Jerónimo Velázquez y Luis Cervelló, quienes reunieron la suma de 40,000 dólares para solventar los costos por inscripción, transporte, preparación del barco, comidas y sistemas de comunicación. Los nueve aventureros llevaron las reservas necesarias de comida deshidratada y cuidaron al máximo no excederse en el peso de la nave.

 

 

Diariamente, a las ocho de la mañana Raúl reportaba la posición del velero a un barco de comunicación, aprovechando los avances tecnológicos que hoy en día permiten a los barcos tener condiciones óptimas de seguridad al navegar. Bajo el sol que quemaba como brasa, cambiaban hasta cuatro veces al día los spinnakers para reparar el desgaste de las drizas, envolviéndolas con cinta de resistente teflón.

Después de casi dos semanas en medio del mar, durante las cuales debieron sobreponerse también a la rotura de los controles de una rueda de timón y dos velas “que quedaron inservibles” al fin vislumbraron tierra firme de la isla de Molokai, situada a 40 kilómetros al este de Oahu y desde donde pueden verse de noche las luces que iluminan Honolulu.

A las dos de la mañana del martes 24 de julio, tras recorrer 2,532 millas náuticas (casi 5,000 kilómetros) en 11 días, 16 horas, 5 minutos y 33 segundos, el Ruahatú llegó a la anhelada meta. El velero terminó en decimosexto lugar entre 78 embarcaciones; fue primero de la flota internacional y cuarto de la llamada División IV.

Raúl Velarde es un empresario que se aficionó a las regatas hace treinta años. Después de mostrarnos un ágil video con el resumen de la regata, Raúl nos contó su experiencia con su frescura y entusiasmo característicos.

 

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“Es una regata de mucha satisfacción por los retos que se tienen que superar en equipo. Es un gozo constante. De repente, nos podemos encontrar a 2,000 kilómetros de cualquier punto de tierra, solos, aislados, y al mismo tiempo seguimos conectados con muchos otros veleros que están compitiendo, al igual que nosotros.”

Las condiciones del viento fueron peculiares en esta ocasión. El North Pacific High que normalmente domina el mar entre Los Ángeles y Hawai en esta época del arto estaba muy débil para generar vientos confiables. Con este escenario, Raúl decidió sobre la marcha implementar una estrategia específica. “Elegimos un camino un poco más largo, en lugar de una ruta directa pero incierta respecto a la intensidad del viento, tomamos un camino más conservador al ir agresivamente hacia el sur, confiando en que así tendríamos viento constante a lo largo de nuestro recorrido. Y así fue, todo el tiempo tuvimos viento de entre 12 y 20 nudos. La ruta tradicional de alta presión que permitiría una ruta rápida a Hawai este aho no nos favorecía, y optamos por ir hacia los vientos alisios, que son más confiables. De esta manera nos acercamos también a la tormenta tropical Cosme que se dirigía a Hawai y que por su posición generaba incrementos de viento que pudimos aprovechar."

Ésta no es una regata en la que las corrientes juegan un papel importante, a diferencia de la Newport-Bermuda, donde se tiene que cruzar el Gulf Stream, y en la que la estrategia para cruzar la corriente se vuelve crítica.

 

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Los mexicanos se enfrentaron con grandes veleristas offshore del mundo, tripulaciones conformadas por grandes profesionales en el marco de un alto nivel competitivo. El Ruahatú es un velero de los llamados racer cruiser. Es rápido y tiene algunas comodidades: bario, comedor, cocina, camas y estación de navegación. Es tan versátil que se puede utilizar para un paseo familiar y asimismo para participar en una regata tan afamada como ésta.

Raúl nos habla sobre las ventajas tecnológicas con que hace unos anos no contaban: “Cuando no existía la tecnología de los teléfonos satelitales usábamos, y seguimos utilizando, los radios de banda lateral, que nos ayudan a bajar mapas meteorológicos. Por otra parte, el Internet se usa todo el tiempo durante la navegación para ir ajustando la ruta en el camino. Nos conectamos cuatro veces al día, cada seis horas, a través de un Iridium. Del Internet bajamos gríb files que contienen modelos de pronóstico. De entre ellos escogemos al que se adaptará mejor a las condiciones de la regata. Por lo general se usa el Global Forecasting System (GFS), pero no es muy bueno para modelar el comportamiento de las tormentas tropicales y ciclones. Como en esta regata se estaban formando dos ciclones, usamos en paralelo el modelo de pronóstico del US Navy (NOGAPS) para hacer nuestros análisis en los softwares especializados que lleva- mos y tomar decisiones sobre la ruta. Todos los días reportábamos nuestra posición a un barco de comunicaciones, en uno de los momentos más emocionantes del día. A las 9 de la mañana, ese barco informaba en qué lugar se encontraba cada quién y cuánta distancia le faltaba para llegar a la meta. Aunque no tenemos a ningún velero a la vista durante la mayor parte del recorrido, el saber la posición de los demás competidores nos hacía sentir acompañados’.

 

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El principal reto de la tripulación fue mantener el barco funcionando: “La regata es muy larga. Navegamos casi 5 mil kilómetros con vientos constantes y variaciones bruscas generadas por las turbonadas que nos persiguen Estas condiciones generan mucho desgaste en partes del equipo. Tuvimos problemas con las drizas, que son las escotas o cuerdas que suben las velas. Se van desgastando constante- mente. Las ajustábamos cada hora para cambiar los puntos de fricción. Cada seis, había que estar bajándolas para repararlas y protegerlas; Luis se volvió un experto en el tema. Si nos llegamos a quedar sin drizas, nos hubiéramos arriesgado a terminar la regata "cojeando”. En esta regata también perdimos varias horas cuando nos dimos un ‘trompo’ al perder el control del timón. Gracias a las habilidades de Ricardo, nuestro capitán, pudimos realizar todas las reparaciones’.

Velarde nos explicó las características de la regata: “En realidad, la Transpac no es una regata muy peligrosa. No es como la que da la vuelta al mundo navegando por el Mar del Sur, donde hay que tener cuidado con los iceberg. En ésta no hay cargueros ni demasiado tráfico comercial, así que es difícil chocar con otro barco. También es una delicia el clima cálido durante la mayor parte de la regata. Lo que sí ocurre es que a veces tenemos que 'cabalgar’ las turbonadas o squalls. En las latitudes cercanas al ecuador hay una zona donde el mar está literalmente hirviendo y el agua está realmente caliente. Se generan las nubes lla- madas 'cumulus’, que crecen durante el día. Cuando descargan en la tarde y en la noche el viento cae con mucha mayor velocidad. Hay que posicionar el velero enfrente, pero sin dejar que te pase por encima la nube. Es importante juzgarla bien, dejarla pasar por un lado ‘toreándola’, pero con cuidado de no meterte en una cuyo desarrollo vertical generen vientos que puedan romper las velas o hasta el mástil. También es una regata de grandes retos para los timoneles. Hay que recordar que acá no es como el Pacífico mexicano donde el mar en la noche está piani- to y ves las estrellitas y la luna, con vientos generalmente suaves. En la Transpac perseguimos el mal tiempo. Las noches son nubladas, no vemos estrellas, casi no hay visibilidad, perdemos la referencia del horizonte y como las olas entran de manera irregular, es un reto mantener el velero ‘en posición’. Afortunadamente llevábamos excelentes timoneles como Ricky y Héctor”.

 

Como en cualquier experiencia de esta naturaleza, los tripulantes llegan preparados después de tomar cursos de seguridad en altamar y traen todo el equipo, salvavidas y radios: “El único peligro es que alguien se caiga al agua. Recogerlo sería realmente difícil porque apenas se pueden distinguir el horizonte y el cielo. Para evitar un accidente, todos tienen que tener mucha disciplina en el barco. Steve cuidaba constantemente ese tema. Durante el día nadie está ‘amarrado’ porque es más difícil que se dé un tropezón, pero de noche todos traemos puesto un arnés que tiene una cuerda especial de sujeción que nos permite movernos y que elimina el riesgo de una caída. La regata se complica también por el cansancio que se acumula en los tripulantes. Es como vivir 11 días a la monta de un elefante galopante. Afortunadamente el ánimo y las habilidades de los jóvenes como Eric, Diego y Jerónimo nos mantuvieron con una energía muy positiva".

La llegada a la meta en Waikiki fue de sentimientos encontrados: “Queríamos llegar, pero al mismo tiempo deseábamos que no se terminara. Estar navegando es muy satisfactorio y placentero porque con la experiencia que tenemos y el equipo que llevamos, realmente disfrutamos pasar muchos días en altamar”, recuerda Raúl.

Aunque Raúl y sus compañeros están conscientes de la dificultad que conlleva conseguir patrocinios, y que el nivel de difusión de las regatas es bajo, se han propuesto una nueva aventura a partir del 2 de noviembre, la regata de Long Beach a Los Cabos, que comprende 800 millas náuticas. Participarán prácticamente los mismos tripulantes. 

 

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Texto: Heriberto Murrieta ± Foto: Raúl Velarde