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Inspiración de Darwin

ISLAS GALÁPAGOS, ECUADOR

 

Viajar a las Galápagos es como dar un salto en el tiempo, a un tiempo donde merodean las iguanas entre nuestros pies, donde abundan tortugas, leones marinos, cormoranes y piqueros de patas azules. 

Recorrer islas hace que uno se sienta explorador, alejado de la civilización por senderos de tierra y abriéndose paso entre rocas y arena para descubrir una colonia de flamencos, iguanas de distintos colores, arrecifes o playas de arena clara y suelos de lava obscura. 

Todo lo que vemos resulta extraordinario porque la mayor parte de esta fauna y flora no se encuentra en ningún otro sitio: 80 % de las aves de tierra, 97% de los reptiles y mamíferos terrestres, así como 30% de las plantas, son endémicas de la region, según Galapagos Conservancy. Destacan la tortuga de Galápagos, la iguana marina, el cormorán no volador y el pingüino de Galápagos.

 

 

Darwin y las Galápagos.

Las islas ganaron su fama gracias a Charles Darwin, quien en 1831 se embarcó en el Beagle desde Inglaterra. Llegó al archipiélago en 1835, donde se quedó cinco semanas y estudió las diferentes especies para después escribir su Teoría de la Evolución. Darwin tenía 26 años y después de estar en Sudamérica paró aquí con el objeto de estudiar algunas especies de tortuga. Al llegar, se impresionó por encontrar flora y fauna única en su tipo. Fue hasta 1859 en que dio forma final a su Teoría del Orígen de las Especies, con lo que desató una gran controversia. La Teoría habla de cómo las especies evolucionan para sobrevivir y cómo aquellas especies con mejores cualidades de adaptación son las que sobreviven. En particular, el científico inglés estudió el caso de los pinzones de Darwin, 13 variedades que provienen todos de un mismo ancestro y que fueron adaptándose a dietas tan variadas como cactus o parásitos.

 

Patrimonio de la humanidad 

Desde 1978 las Galápagos han sido declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y por lo tanto hay distintas restricciones para quienes deseen visitarlas. Solamente un número limitado de turistas es permitido y hay un punto de inspección en el aeropuerto en Quito para comprobar que no llevemos artículos prohibidos como alimentos, fauna o flora, que puedan afectar a los habitantes de las islas. A 600 millas del continente se encuentra este sitio prácticamente no tocado por la mano del hombre y donde la vida transcurre de la misma manera que hace miles de años. La alternativa de viajar en barco es muy cómoda; se ancla a unos metros de la playa, los pasajeros descienden a la costa en una lancha inflable, hacen alguna excursion en compañía de un guía naturista y regresan a la comodidad de su cabina o a disfrutar el atardecer en cubierta. La comida suele ser muy agradable y los guías tienen mucha experiencia y amor por dar a conocer este rincón tan especial del mundo.

 

El recorrido

Volamos de Quito a Baltra. La capital de Ecuador es una ciudad colonial donde vale la pena quedarse al menos un día completo para disfrutar de sus muchas Iglesias, su centro histórico y otras atracciones como La Mitad del Mundo. Tanto a la salida como a la llegada nuestro equipaje fue inspeccionado para checar que no trajéramos algo que pudiera afectar el hábitat del archipiélago. 

 

Día 1

Una vez pasado el filtro nos recibió la persona encargada de nuestro barco y un autobús nos llevó al muelle. Ya ahí, con chalecos salvavidas puestos, nos dirigimos en una panga al Evolution, un barco con piso de madera y un toque clásico en su línea y decoración. A bordo pasaríamos la siguiente semana en un ambiente de aventura y descubrimientos asombrosos.

Después de instalarnos y saborear una rica comida, el grupo se dividió en dos para hacer un recorrido en panga y observar la fauna consistente en piqueros de patas azules, leones e iguanas marinas, sobre todo. Esto sería solamente una probadita, ya que el día siguiente habríamos de ver tantas iguanas marinas en Punta Espinosa, en la isla Fernandina, que tuvimos que caminar con sumo cuidado para no pisarlas. Entre un paisaje rocoso, las miradas torvas de los reptiles nos remitían a eras prehistóricas, como si el tiempo se hubiera detenido. Las iguanas, ajenas a nuestra curiosidad, no reparaban en nuestra presencia. Vimos muchas en tierra y algunas en el mar. De vuelta a bordo y como cada noche, antes de cenar, nuestros entusiastas guías nos dieron una charla sobre lo que veríamos al día siguiente.

 

Día 2

En la isla Isabela vimos otro tipo de iguanas. Eran terrestres y llamaban la atención por su gran tamaño y color amarillo dorado. Después de un rato de divertirnos haciendo kayak y aprovechando la oportunidad de observar varias parejas de tortugas marinas apareándose. Aún en la isla Isabela, pero en el costado oeste, subimos una colina para observar el cráter donde se localiza la Laguna Darwin, un depósito de agua salada que está por encima del nivel del mar.

De vuelta en el Evolution tuvimos suerte, porque casi un centenar de delfines nos acompañaron en nuestro navegar. Los 34 pasajeros del barco, desde niños hasta abuelos, tomamos fotos, observamos con binoculares y dimos gritos de emoción ante el espectáculo. La tarde nos tenía deparado otro evento emocionante, como fue cruzar la línea del Ecuador y poder observar la marca de los cero grados exactos en la brújula de navegación del barco.

Llegamos a la isla de Bartolomé, donde subimos a lo alto de una colina para disfrutar de una vista espectacular. Este sitio cuenta con una escalera rústica que facilita el ascenso. Son 600 metros de subida para llegar a la cúspide, desde donde se ve la isla tal cual quedó después de la última erupción volcánica. Esa tarde visitamos una gran extension de lava, donde abundan las formas y texturas caprichosas, como si un artista las hubiera creado. Entre los animales que pueden verse cerca del mar están los coloridos cangrejos y los pingüinos.

 

Día 3

Diario salimos de excursión a las 9am, después del desayuno. Cada mañana nos deparó una sorpresa. Durdante la tercera jornada pudimos ver flamencos en la Isla de Santa Cruz, lo que nos hizo notar cómo cada isla mantiene un ecosistema único y tan distinto. Aquí realizamos una larga caminata durante la que pudimos pasar del manglar a una zona seca donde la vegetación consiste en cactus.

 

Día 4

El cuarto día fue muy lindo y también distinto, ya que después de estar aislados visitamos Puerto Ayora en la Isla de Santa Cruz. Primero subimos en autobús a la parte alta de la isla, donde la vegetación es muy abundante, después recorrimos un túnel de lava y fuimos a visitar una reserva de tortugas terrestres, cuyo tamaño nos impresionó. Por la tarde, tras visitar la Estación Científica Charles Darwin, paseamos entre las tiendas y los cafés del Puerto. Fue extraño el sentimiento de volver a la civilización y extrañamos la soledad de los mares y la compañía de las aves.

 

Día 5

Afortunadamente todavía nos quedaba este día de aventura en Punta Suárez, Isla Española. Vimos acantilados, olas furiosas, un albatros, piqueros de patas azules y otras aves, además de unas iguanas de color negro y rojo que no habíamos visto en los días previos.

Para despedirnos, paseamos por la playa en la Bahía Gardner donde descansaban leones marinos de distintas edades. Los más pequeños se acercaban a nosotros sin miedo y mordían, cual cachorros, nuestros chalecos salvavidas sobre la arena. Luego de despedirnos de los simpáticos mamíferos hicimos snorkel antes de regresar al barco para nuestra última cena a bordo.

 

El regreso

El sábado llegamos a San Cristóbal, donde con tristeza dejamos la embarcación y tomamos el vuelo de regreso a Quito. La aventura, por ahora, había terminado y nos llevábamos a casa muchos recuerdos y aprendizajes, pero sobre todo una nueva conciencia sobre nuestro papel en el cuidado de este increíble pedazo del mundo.

 

Responsabilidad ecólogica.

 Las Galápagos han sufrido impactos ambientales muy fuertes, la población ha aumentado en 300% en las últimas décadas. Además, con la llegada de nuevos habitantes han llegado mascotas que han puesto en peligro a las especies nativas. También la pesca se ha salido de proporción y el número de turistas ha crecido de manera significativa. Todo esto nos obliga a hacer un turismo responsable para dejar la mínima huella posible. Esto implica no alimentar ni tocar a los animales, no dejar basura, visitar el archipiélago con un guía certificado y no tomar ninguna roca, planta, arena o cosa por el sitio.

 

Texto:  Daniela Becerra ± Foto: Fallrod / VIAJEROS / WORDPRESS / LOS GALAPAGOS / Camila Muñoz Becerra