El efecto que produce un diamante es hipnótico. Su pureza y resplandor lo hacen una pieza irresistible, así como un elemento de elevados significados que van desde un exquisito lujo, hasta la materialización más espléndida del amor y el compromiso.
Desde tiempos inmemoriales este elemento de la naturaleza ha tenido una personalidad propia, tal como lo hace constar su nombre cuya etimología griega, adámas (αδάμας), que significa invencible o inalterable, le da ese carácter único.
El diamante es una piedra preciosa con características físicas superlativas, debido al fuerte enlace entre sus átomos, lo cual le brinda la más alta dureza y conductividad térmica; mientras que su alta dispersión refractiva, es decir esa propiedad de irradiar la luz en diferentes tonalidades, le confiere su inconfundible brillo.
La escasez, belleza y gran dureza del diamante le han dado un misterio y valor especiales. Muchas culturas le han otorgado propiedades mágicas, al punto de no usarlo de forma decorativa, sino como un elemento de poder. A finales de la Edad Media, los diamantes comenzaron a considerarse como joyas, sin perder nunca su simbología como talismán, pero adquiriendo nuevos significados y valor.
Características excepcionales
Según las teorías científicas, la Tierra sólo ha creado diamantes tres o cuatro veces en su vida. Los diamantes naturales se forman a profundidades de entre 140 a 190 km bajo el manto terrestre con presión y temperaturas extremas, condiciones que se dan en períodos de 1 a 3,300 millones de años; lo que corresponde aproximadamente al 25 o 75% de la edad de la Tierra.
En el siglo XX, expertos en el campo de la gemología desarrollaron métodos para clasificar a los diamantes y valorarlos como gemas. Estas cuatro características, conocidas informalmente como las cuatro C, son las valoraciones más básicas de un diamante: carat, cut, colour y clarity (quilataje, corte, color y claridad).
La naturaleza dicta las características del color y claridad, mientras que el corte y quilataje son directamente concedidos por la mano del hombre. La calidad del corte y la precisión del pulido final, liberan la belleza del diamante, determinando la cantidad de luz refractada: su brillo. El tamaño del diamante es medido por el peso en quilates.
El más clásico corte es el redondo o brillante, que se inventó en 1919 y consta originalmente de 58 facetas cortadas en dos pirámides de bases enfrentadas: 33 en la corona (mitad superior) y 25 en el pabellón (mitad inferior). Quien posee un diamante, conserva el más antiguo, duro y hermoso material creado por el planeta.
Texto: Berger Joyeros ± Foto: ©Berger