Ricardo Amezcua Cuspinera
Dicen que cada cabeza es un mundo diferente, pero cuando se trata de un artista plástico el pro-verbio adquiere significados y significantes distintos. Y es que en la mente de un esteta cohabi-tan una cantidad de mundos infinitos que crean relaciones efímeras entre sí, para obtener como resultado obras que en muchos casos, rebasan los límites impuestos por el tiempo y el espacio.
El caso de Ricardo Amezcua Cuspinera es tan complejo como lo antes descrito. Quizá por tal cir-cunstancia, el destino le deparó una serie de vivencias en las que su carácter y genialidad para la plástica, no pudieron ser sometidos bajo los convencionalismos que vive cualquier sociedad.
Nacido en la Ciudad de México en el año de 1974, fue criado en el seno de una familia donde los valores familiares le llevaron a una educación academicista hasta alcanzar la Facultad de Arquitectura, momento en que se reveló su espíritu creativo para llevarlo lejos de los mismos cánones que detonaron su incursión en el arte de tiempo completo.
Rechazado por las instituciones artísticas impuestas por el status quo, ya que dice él, “parece que cuando ven a alguien con posibilidades de sobresalir, lo bloquean”, la única opción para sobresalir, literalmente se encontraba en sus manos y pendiendo de su mente; así que dedicó años enteros a perfeccionar el estilo innato de sus trazos, las combinaciones de su paleta de colores y los volúmenes emanados de los materiales con que conforma su obra escultórica, hasta que su obra comenzó a mostrar notoriedad en circuitos no oficiales.
Técnicas y temáticas
Ricardo Amezcua muestra una enorme preocupación por el ser humano, tanto así que en no pocas de sus obras se observa una obsesión que llegaría a colocar a su visión como antropocéntrica; una visión que no entiende de sesgos ni marginalidades a la hora de deslizar el pincel o modelar las masas.
Así pues, los ojos de sus personajes divagan en un mundo de acertijos insolutos, en sueños donde se alojan planetas paralelos en la búsqueda de las claves que les lleven a descifrar su entorno o exorcizar los demonios de sus pasados, bajo la premisa de encontrar la luz que les dé la claridad que reconforte su futuro.
Quizá la obra más emblemática al respecto sea justamente Autorretrato, pintura en la que el artista se plasma joven y vibrante, pero con un cierto dejo de preocupación en la mirada, mientras que el ceño fruncido refuerzan el delatante brillo de sus ojos. La gama cromática empleada así como su posición en el cuadro, sin olvidar los destellos de luz que se ocultan del lado oscuro de su rostro, agregan fuerza dramática a la escena.
En Inocencia Atrapada, una niña mira de frente al espectador para infundir el dolor de su cuerpo mancillado no sólo mediante el maltrato físico, sino por un alma sangrante que es emulada por su vestimenta en tonos escarlata. Los fondos de la pintura son cienegosos y oscuros, mientras que trazos de “rasgaduras” corrompen todo lo largo de la obra, para inundar de fuerza expresiva el trabajo.
En Aparición Mexicana, Amezcua Cuspinera de nueva cuenta confronta al observador con imágenes que le llevarán a una profunda instrospección, ya sea por sus cualidades expresivas o por su desgarradora temática. El cuadro presenta el espectro de una joven con una mirada de lejanía sobre una pared corrompida por la humedad, el tiempo y el sopor. Una bicicleta estática y elevada por encima de su cintura se confunde en los planos con ella, lo que engendra un ambiente de solitud que sin duda sacude los sentidos de quien le confronta, mientras el pedaleo de la bicicleta quizá se dirija hacia el final de la existencia.
La belleza o el horror de cada uno de sus personajes son palpables con claridad gracias su técnica realista, que en el caso de la pintura es aplicada con óleo y en la escultura sobre barros o cera perdida al bronce.
Hoy día, Amezcua Cuspinera se sitúa en el circuito de los jóvenes artistas mexicanos con mayor proyección nacional y una incipiente pero bien cimentada proyección internacional, que lo coloca como una promesa consumada de las artes mexicanas contemporáneas.
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Texto: Michael Negrete Cruz ± Foto: Cortesía de Ricardo Amezcua Cuspina