La violencia de lo real

La exposición “Francis Bacon”, que actualmente se presenta en la Tate Britain de Londres, es la primera exposición retrospectiva del artista que se presenta en el Reino Unido desde 1985. En el marco del centenario de Francis Bacon (1909-1992), la muestra reúne cerca de 60 trabajos que incluyen obra representativa de cada periodo de su producción pictórica. Pero más que un enfoque cronológico, la curaduría de la exposición plantea núcleos temáticos e inquietudes que rigieron la obra de Bacon a lo largo de su vida.

Tras su clausura en enero del 2009, la exposición se presentará posteriormente en el Museo Nacional del Prado en Madrid (febrero–abril, 2009) y a continuación en el Metropolitan Museum of Art de Nueva York (mayo–agosto, 2009).

 

 

 

 

La pintura de Francis Bacon inflama, aviva, impele. Sus cuadros se padecen con entera sumisión como se padece lo trágico. Bacon nos agota, nos inflama, nos rebasa pero ante todo nos hace dar cuenta de que estamos vivos. En su trabajo habita una violencia fundamental, la violencia de lo real que desborda la representación misma. Bacon, con escalpelo, ejerce una cisura a la realidad. Desguanzada, a ésta, no le quedan más que sus entrañas, aquello a lo que siempre invariablemente nos hemos de resistir velando y revistiendo como hacemos.

Lo real es aquello de lo que hubo que deshacerse para construir la realidad, aquello que hubo que cubrir, tapar penosamente para poder vivir. Bacon es de los pocos pintores que logra agarrar -tal cual como con una garra-, el instante en que la representación escapa a la realidad para mostrarnos su fase de lo real. Es ese el momento en el que la vida se disuelve, es el espasmo por el que la vida se escapa a la vez que se confirma. Diciéndose a sí misma: Estoy viva.

A la manera nietzscheana, y Bacon era nietzscheano, significa despojar la vida de su trascendencia. Después de la muerte de Dios, el valor de la vida no está más allá sino simplemente sólo acá. Uno nace y un buen día muere, esa es la única delimitación indisputable que puede en todo caso, otorgarle valor a la vida. Pero también en todo caso, es lo único que hace que se viva intensamente.

Eso que se dice rápido: la vida, es precisamente lo que subyace a cada una de las obras de Bacon. Su violencia fundamental consiste en que su envés, la muerte, está igualmente presente.

 

 

Uno se enfrenta, y créame, literalmente se enfrenta a su pintura sin protección alguna. Uno descubre en sus cuerpos-figura lo hemorrágico de la vida. Los cuerpos de Bacon están siempre a un paso de salir de sí mismos, de escapar de sí mismos por la cabeza, por un pie, por el brazo o por el codo; mediante un espasmo o un grito, el cuerpo se vuelve un plexo, una materia convulsa.

Un movimiento ensordecedor o una fuerza invisible otorga una plasticidad a su figuras, sin precedentes en la historia de la pintura. Una fuerza deformante hace del cuerpo una materia que se estira y se contrae, se ablanda y pierde estructura, se barre, se desliza, se escurre.

El cuerpo es materia plástica que se hace figura al paso de su desfiguración. Es una cosa dúctil, maleable, dócil que no deja de reinventarse, ya sea escapando de sí mismo o entrando en forcejeo con otro.

La relación sexual entre hombres, que alude probablemente a su propia homosexualidad, es uno de los motivos recurrentes en su obra, y es uno de los referentes más claros de la disolución de la vida en la violencia del forcejeo, de la sexualidad y de la muerte.

En uno de los puntos culminantes de la vida, la carne encuentra triunfalmente a la materia orgánica. Se llega al magma mismo de la indistinción, haciendo patente la vulnerabilidad del hombre, su fragilidad, la precariedad de su materia viva.

De un barrido en la pintura hace aparecer la gesticulación precisa de un cuerpo abotagado. El cuerpo se funde en un solo movimiento gestual que lo comprende entero. Convirtiéndolo en una especie de masa energética anónima, que lo asemeja más a la materia orgánica que a una individualidad conformada, es decir, a un sujeto.

Las figuras de Bacon no son individuos, carecen de particularidades que los distingan. Al contrario, entre más atravesados están por las fuerzas invisibles que los desbordan, más extintos y pletóricos parecen. Un punto medular en el trabajo de Bacon es el vaciamiento hemorrágico de las pulsiones cuando son desanudadas de su fondo de vida; en un acto larvario, infectan el cuerpo vuelto carne, de muerte, sin la posibilidad de un dique que las contenga. Pero no basta llegar a la muerte. Cuando Bacon llega a la materia inanimada, trae de nueva cuenta el barrido: la resurrección de la figura.

El proceso que va de la vida a la muerte y de vuelta a la reanimación de la materia inanimada; de lograr la forma y destruirla mediante un barrido que se convierte en gesto, es un punto culminante en la obra de Francis Bacon. Logrando exponer la violencia de las ambigüedades, ambivalencias y contradicciones de la vida, volviéndolas indistinguibles.

 

 

Texto: Anarela Vargas ± Foto: Cortesía Tate Britain