Una figura femenina legendaria, como pudiera ser la santa y heroína militar Juana de Arco en Francia. También una personalidad que parece surgir de la ficción literaria, como aquella joven de “Las Dos Doncellas” de Cervantes, disfrazada de caballero. Maria Quitéria de Jesús (1792-1853) fue nombrada patrona del Cuadro de Oficiales del Ejército Brasileño en 1953. Cien años después de su fallecimiento, por imperativo legal, el gobierno de Brasil colgaba el retrato de esta mujer en los cuarteles militares para su honra nacional. Hija de campesinos, una gran metáfora, heroína surgida de la tierra que libera el propio suelo como una antigua diosa griega. 

María es considerada una heroína de la independencia de Brasil. Su infancia transcurre en la región de Cachoeira (Bahia). Era hija de un acomodado terrateniente de Feira de Santana. Perdió a su madre a la temprana edad de los diez años, una ausencia que ya comenzó a fraguar de forma precoz el carácter animoso y decidido de esta niña solitaria, mujer entre hombres. Sin estudios ni formación académica, la relativa comodidad de su vida en la hacienda familiar le permitió practicar la caza, montar a caballo e incluso manejar armas mientras atendía con desenfado a pequeñas tareas, sorteando a veces estas obligaciones domésticas.

Tras el fallecimiento de su madre, Gonçalo Alves de Almeida, su padre, contrajo matrimonio en dos ocasiones, con Eugenia Maria dos Santos y Rosa Maria de Brito, respectivamente. Ciertas tensiones parecen darse en el nuevo ambiente familiar, donde María Quitéira se distancia tanto de una como de otra madrastra, incapaces de poner freno y controlar la energía y el desenfado de esa niña malcriada que goza del joie de vivre en plena naturaleza. Como el arquetipo de “Diana cazadora”, hábil mujer y amazona, su vida discurría libre por entre las plantaciones de la caña de azúcar y las vastas llanuras de Feira. Se estaba forjando un espíritu libre que rompía las costumbres y las convenciones dominantes que la sociedad de la época imponían al rol femenino.

 

 

 

Analfabeta, pero decidida e indomable. Ese impulso personal desatado y tal vez caprichoso hacia la liberación, supera el plano íntimo cuando renunció al matrimonio para engrosar las filas del ejército que libraba la guerra contra Portugal. Un generoso esprit de corps parece trascender y anidar en esa búsqueda de una nación nueva. La personalidad de Maria no destaca por ser una mujer defensora de programas políticos o alentadora de ideas revolucionarias sobre el Estado, sino por el contumaz anhelo de liberarse de las cadenas subyugantes de poderes ajenos. El príncipe Pedro de Braganza, defensor de la independencia de Brasil, realizaría una campaña por toda la provincia de Bahia para sumar apoyos contra la resistencia portuguesa, enviando emisarios también a Feira de Santana. Por voluntad propia, Maria Quitéria solicitó a su padre el ingreso en las tropas del Ejército brasileño en 1822, en plena campaña de alistamiento. Ante la negativa paterna, María huyó. Aquí nacería, bajo pseudónimo, la leyenda del “Soldado Medeiros”. Tras cortarse el pelo y vestirse con ropa masculina, su remozada imagen de hombre sirvió para entrar en el Ejército sin despertar sospechas. 

 

El Batallón de los Periquitos

Excelentes eran las dotes y cualidades castrenses de una “mujer” irreconocible, soldado sobresaliente por su habilidad, arrojo y valentía. A pesar de que su padre descubrió la artimaña, ya no abandonaría el Batallón de Voluntarios del Príncipe, también conocido como el “batallón de los periquitos”. El posible prejuicio sexual no cambió el curso de la historia en esta ocasión. El Mayor Silva y Castro, sin tener presente la moral dominante, defendía la presencia de María. Pantalón blanco y casaca azul con puños y cuello verdes. El uniforme distintivo del regimiento de artillería, María Quitéira añadía una pequeña falda superpuesta con cierto aire escocés. Mucho más tarde, en un intento verosímil de recreación artística, Domenico Failutti reprodujo la figura del “Soldado Medeiros” en un popular óleo pintado en el año 1920.

 

 

 

Quitéria se convierte en un símbolo de la resistencia de Brasil contra la dominación de Portugal. Ella siempre se distinguió por su osadía, su descaro en la batalla, su heroísmo. El siglo XIX es la época de las revoluciones, las creaciones de los grandes Estados Modernos.  Esa ideología se nutre originariamente de un componente irreductible, irracional y emotivo que encarna perfectamente el sentir femenino. Desde octubre de 1822 hasta junio de 1823, en el fragor de los combates, María Quitéira participa en los asaltos y emboscadas a los soldados portugueses en la provincia de Bahia como una guerrillera diestra: se lanzaba a las trincheras, atrapaba prisioneros, los traía al campamento, cruzaba vados y ríos con su bayoneta en ristre... Luchó en la desembocadura del río Paraguassu y participó en la batalla de Concepción, Itapúa y Pituba. Con el final de la campaña bélica, ascendió a cadete en julio de 1823. Sería recibida posteriormente en Rio de Janeiro el 20 de agosto de 1823 por el emperador Pedro I, quien le otorgaba el inaudito y merecido grado de alférez. Por primera vez, un soldado era condecorado de manos del Emperador como “Caballero de la Orden Imperial de la Cruz del Sur”. Y sería una mujer. 

El Gobierno Provincial de Bahia, al ser condecorada como alférez, le concedía el derecho de portar una espada. María Quitéria de Jesús, la primera guerrera de Brasil, desafiando al enemigo con su falda estampada y el casco con el largo penacho. Su carácter indómito hay que reconocerlo, además, como leal y noble. Tomó una carta del emperador a su padre, pidiéndole que perdonara a su hija por la desobediencia. Volvería a su casa natal en un periplo que describe una vuelta a sus orígenes, la reconciliación con su ascendencia. Más tarde se casaría con Gabriel Pereira de Brito, con quien tuvo una hija. Tras enviudar y reclamar la herencia de su padre, se mudó a Salvador de Bahia con su hija, muriendo allí a los 61 años en el anonimato, casi ciega. 

 

 

Maria Quitéria, el poderoso dulzor del azúcar

Desde la perspectiva de la conquista y colonización de América, podríamos decir irónicamente que Brasil ha sido el único país descubierto dos veces en la historia. España asegura que las expedición de Yáñez Pinzón puso pie el 26 de enero de 1500. Portugal, por otro lado, señala que Pedro Alvares Cabral fue el descubridor de esta tierra el 22 de abril de 1500. El Tratado de Tordesillas (1494) sentaría las bases entre las Coronas española y portuguesa para fijar los límites del Nuevo Mundo, evitando así penosas guerras y duros conflictos de intereses inter pares, si bien existieron las disputas con otras naciones europeas por la conquista del litoral -por ejemplo, franceses e ingleses-.

Lugar de una destacable población de indígenas, Bahia siempre fue una zona de especial predilección para los conquistadores portugueses desde su llegada a comienzos del siglo XVI. Bahía es el río Paraguazú, la búsqueda de oro en el río de las Cuentas y el cultivo de la caña de azúcar. Este elemento resulta capital para entender la paradoja histórica de la que somos testigos. La caña de azúcar fue un símbolo del proceso de colonización de Portugal.  Reproduciendo el sistema de algunas de sus islas en el Atlántico, la Corona portuguesa introduce los cultivos extensivos de caña de azúcar como elemento de desarrollo económico que fraguaba la cohesión social, generando trabajo y servidumbres. Un sistema de colonización esclavista que gozaba de cierto éxito, cuyo arraigo y prosperidad permitió en 1548 la creación del primer Gobierno General de Salvador de Bahía. Y en este caldo de cultivo nacería María Quitéira, la hija de un terrateniente, heroína liberadora de una nación en ciernes.

 

Texto: Leslie J. López ± Foto: MBD / OSHEIOD / flickr / centauroalado / daniel chilarenza