Una travesía por el mundo 
La escultura de Jesús Peraza

Decidí titular estas líneas Contra la corriente, al igual que un libro de Isaiah Berlín, por dos motivos fundamentales: El primero, porque al igual que él, al enfrentarme a las piezas del escultor Jesús Peraza no tuve más remedio que hacer la cosa más terrible: tuve que pensar. Hacerlo fue una invitación abierta a visitar su campo –ese sistema estructurado de producción, de fuerzas y relaciones– y unirme a la cada vez más poblada fila de los que han disfrutado del contacto con sus piezas y, en segundo lugar, debido a que dedicarse al arte, en este caso la escultura y la pintura, en un campo tan árido –culturalmente hablando– como es Yucatán, es prácticamente un equivalente.

 

 

 

Encontrarse con las esculturas de Jesús Peraza es iniciar una travesía por el mundo sin coordenadas aparentes. Desligarse de un espacio para habitar otro en fracción de segundos sin que esto altere el ritmo cardíaco, en un estar sin prisa porque se desea asimilar cada milímetro deconstruido. Y es que como bien dice McLuhan: “Toda forma de transporte no sólo traslada, sino que traduce y transforma al remitente, al destinatario y al mensaje” (Comprender los medios de comunicación Las extensiones del ser humano, Marshall McLuhan, 2009, p. 107).

Su amena charla sirve de acompañamiento más que de guía, a través de sus modulaciones y señalamientos voy encontrándome con toda una historia del arte desde lo arcaico a lo contemporáneo y es que siguiendo el pensamiento de Giorgio Agamben: “entre lo arcaico y lo moderno hay una cita secreta, y no tanto porque las formas más arcaicas parezcan ejercitar sobre el presente una fascinación particular, cuanto porque la clave de lo moderno está escondida en lo inmemorial y en lo prehistórico. Así el mundo antiguo a su fin se dirige para reencontrarse, hacia lo primordial; la vanguardia, que se ha perdido en el tiempo” (¿Qué es lo contemporáneo? Giorgio Agamben, 2008, p. 6). Es en ese sentido se puede decir que la vía de acceso al presente de las formas conseguidas por Jesús Peraza tienen necesariamente una arqueología. Sin embargo, puede decirse contemporáneo solamente quien no se deja enceguecer por las luces del siglo y alcanza a vislumbrar en ellas la parte de la sombra, su íntima oscuridad.

 

 

Y es que para entender ese concepto de oscuridad del que hablo hay que recordar la experiencia que la astrofísica contemporánea da a la oscuridad en el universo en expansión: “Las galaxias más remotas se alejan de nosotros a una velocidad tan fuerte, que su luz no logra alcanzarnos. Aquello que percibimos como la oscuridad del cielo, es esta luz que viaja velocísima en torno a nosotros y sin embargo no puede alcanzarnos, porque las galaxias de las cuales proviene se alejan con una velocidad superior a aquella de la luz. (¿Qué es lo contemporáneo?, Giorgio Agamben, 2008, p. 4).

Percibir en la oscuridad del presente esta luz que busca alcanzarnos y no puede hacerlo, ello significa ser contemporáneos. Por ello los contemporáneos son raros y por ello ser contemporáneo es sobre todo cuestión de coraje; porque significa ser capaces no sólo de tener fija la mirada en la oscuridad de la época, sino también percibir en aquella oscuridad una luz que se aleja infinitamente de nosotros.

 

 

 

Lo contemporáneo tiene que ver también con los materiales que utiliza Jesús Peraza para elaborar sus esculturas (piedras, maderas y fibras vegetales, básicamente), que se combinan en una danza de fuerzas, de valores y también de historia, la propia de una península en la que han existido antes de que el artista tome las decisiones de ubicación, forma y contenido; y se transforman en poéticas revelaciones tridimensionales. En un espacio donde los acercamientos y las metodologías deben reinventarse una y otra vez como señala Umberto Eco: “el valor estético se realiza de acuerdo con leyes de organización internas a las formas y es por ello autónomo. La descripción de las estructuras y de sus posibles efectos comunicativos establece las condiciones de realización de ese valor” (Obra Abierta, Umberto Eco, 1962)

Con estos elementos al mirar sus esculturas imaginamos naves que nos remiten al tiempo de los argonautas, en esas mitológicas tareas y en la eterna reconstrucción del mismo barco cuyas proas se han perdido en los tiempos, donde la brisa que despliega las sugeridas velas es aportada por los suspiros de marineros que desde los márgenes de la memoria desencadenan las anclas.

 

 

Otras piezas son más de tierra, maquetas de monumentos a todo lo que implique un recuerdo, donde los juegos armónicos tienen que ver con pesos inexistentes, gravedad suspendida, con palancas y cuerdas que sostienen ese mundo interior con extensiones para llegar al punto de no retorno, insinuaciones que cambian los valores y los tonos de su naturaleza para poder imaginar una pieza en la que la forma no es precisamente narrativa.

Con estos elementos Jesús Peraza me transporta a su mundo, el de la sociología y la antropología, el de la historia y la cultura, a ese mundo desde el que puede unir los materiales tan diferentes para conseguir armoniosas estructuras, poéticas formas, arquitecturas que se mimetizan en el paisaje interior y se graban a cada movimiento.

La semiótica juega un papel vital en este encuentro, como también lo es la natural sencillez del autor, su carácter ameno y atento. En este intercambio de elementos, las piezas descubren su potencial dialéctico de signos y significados que a fin de cuentas se tornan siempre en una historia para desentrañar mitos y cualidades que nos abren la puerta a ese mundo donde el sentido de los volúmenes se afina hasta dejarme de preocupar por el peso matérico y gravitatorio. Lo que importa es lo que ha conseguido capturar en el espacio sin interpretaciones, avivar la mirada para conseguir que la propia forma sea la que nos narre otra historia, sin principio ni final.

 

 

Texto: Gildo González Angulo ± Foto: Andrea Peraza