Quién pensaría que el esquí y el descenso alpinos tuvieron sus inicios en Morgedal, una pequeña población de la provincia noruega de Telemark, donde nació Sondre Norheim, reconocido como el padre de ambas disciplinas del deporte invernal.
El Comité Olímpico Internacional (COI) le brindó un tributo en el encendido de la antorcha de las Olimpiadas de Invierno Oslo 1952, en Morgedal –al considerarla cuna del slalom y del salto de esquí–. Un reconocimiento a las aportaciones olímpicas de Norheim. Esta ceremonia fue repetida en un par de ocasiones más, en los Juegos Olímpicos de Invierno de Squaw Valley (1960) y Lillehammer (1994).
En Morgedal, incluso, se recuerda a Sondre Norheim con una estatua de tamaño natural, acompañado de su inseparable par de esquís. En una de las caras del basamento se lee: Sondre Norheim (1825-1827), padre del esquí moderno.
Siempre en acción
Hijo de campesinos, Sondre Norheim, es recordado en Morgedal por sus constantes descensos empleando un par de rudimentarios esquís fabricados en pino por su padre, Ouver Eivindsson, un hábil artesano.
Era común ver a Norheim realizar todo tipo de saltos y giros sobre la nieve –sin protección alguna–, confiando únicamente en su habilidad natural. En una ocasión, en complicidad con su hermano Eivind, saltó la azotea de la cabaña donde vivía, luego de colocar una escalera que hizo las veces de rampa, la cual cubrió de ramas y nieve.
Casado y con hijos, continuaba descendiendo y saltando en las pistas de esquí, en busca de mayores emociones, esquivando los árboles y los acantilados a velocidades vertiginosas. Mientras se deslizaba, probaba la manera de cambiar de dirección rápidamente y evitar, de esta forma, un posible accidente que le resultaría mortal; finalmente, cierto día descubrió que requería modificar la forma de los esquís, que debían estar ajustados de manera diferente a sus pies.
Él mismo los fabricó
Para mejorar el desempeño sobre la nieve, elaboró un par de esquís más cortos, con las puntas ligeramente curvadas hacia arriba, con correas realizadas con raíces torcidas de abedul y sauce, fijadas firmemente a los esquís y alrededor del talón, lo que le permitía cambiar la trayectoria fácilmente, con un rápido movimiento del cuerpo.
El siguiente paso fue perfeccionar su técnica -similar a la ejecutada hoy en día en las pruebas de slalom y descenso de las Copas del Mundo y Juegos Olímpicos de Invierno–, convirtiéndose en un esquiador imparable.
Sus proezas locales cruzaron fronteras, recibiendo una invitación para participar en una competencia profesional en Christiania, la antigua capital noruega. Su llegada a la cita no fue sencilla: Sondre Norheim esquió durante tres días los 200 km que lo separaban de su destino. A sus 42 años no solo conquistó el desafío, sino que asombró a los presentes por su estilo nunca visto, y los esquís de su creación.
Un hombre que no le tuvo miedo a la nieve ni a la montaña
Adiós a Morgedal
De regreso a casa, se dedicó a compartir con los niños y jóvenes su técnica, y a sus 59 años emigró, junto con su familia, a Estados Unidos. En su nuevo hogar continuó esquiando, pero no manera competitiva.
Sondre Norheim falleció a los 71 años en Dakota del Norte, y en correspondencia a su contribución al deporte invernal, se le incluyó en el Salón de la Fama del Esquí de Estados Unidos.
Su técnica de descenso en la nieve fue introducida entre las siguientes generaciones de esquiadores noruegos en el siglo XX, expandiéndose a los países nórdicos y toda Europa. En la década de los 70 arribó a Estados Unidos, bajo el nombre giro Telemark, posteriormente conocido como giro Christiania. En la actualidad, el estilo ha sufrido ajustes, pero mantiene la esencia heredada de Sondre Norheim.
Texto: Efrén Toledo ± Foto: Scandinavian Heritage Association