Corazón de vida caribeña
Puerto Rico sorprende por su insólito carácter, producto de la naturaleza singular de su gente y de su historia. Conserva un particular sabor desde los tiempos de los piratas y es un pequeño corazón de vida caribeña que se inventó con la llegada de los españoles.
La isla Borinquen estaba habitada por los taínos y cuando Cristóbal Colón la descubrió la llamó “San Juan Bautista”. Entonces se inició el mestizaje con la llegada de europeos y africanos, creando una sociedad que ahora vibra al ritmo de salsa.
La isla, con 60 km de ancho y 130 km de largo, surgió con una serie de eventos volcánicos que construyeron su cordillera central, una auténtica espina dorsal que la divide en dos, dominada por el Cerro de Punta (1,338 m). En la parte norte el Atlántico amenaza las costas, con playas y acantilados, y la costa sur es el Caribe.
Para descubrir esta isla encantadora zarpamos en un viaje de seis días hacia un verdadero jardín tropical, con maravillosas marinas a lo largo del recorrido.
Por el bello San Juan
San Juan, con su fabulosa marina al fondo de la inmensa bahía, es el punto de partida para zarpar hacia el oeste. En el Viejo San Juan los muros brillan y sus balcones de hierro cuentan las historias de esos fuertes vientos que azotan la isla. Las personas hablan de leyendas de mar cuando las olas son altas, de cuando llegaban los galeones españoles o cuando entran los grandes cruceros en el puerto.
Entre 1511 y 1521, bajo el mando del conquistador Juan Ponce de León, la ciudad se instaló en esa isla para protegerse de los ataques de los taínos. Se construyó la muralla y pronto la Corona española edificó el imponente fuerte San Felipe El Morro, con unos muros de 50 m de ancho, que se elevan sobre el acantilado a la entrada de la bahía.
El intrigante fuerte San Cristóbal fue construido en 1634 por el mercenario irlandés Alejandro O’Reilly, quien inventó unos túneles para llegar a fuertes adyacentes. Entonces San Juan era una de las ciudades más protegidas del Nuevo Mundo, que incluso aguantó y rechazó los ataques del pirata Francis Drake, en 1595.
Ahora es un maravilloso barrio donde se siente el sabor del pasado al caminar por sus callejones entre las casas de colores, descubriendo su catedral, iglesias y conventos, el teatro, sus placitas y la famosa Puerta de San Juan.
La Fortaleza, construida en 1533, vigila ese lado donde se anclaban esos barcos. La Capilla de Cristo y la Casa Blanca (hogar de la familia Ponce de León durante 250 años), cada una conserva su encanto del pasado. Y qué decir de la monumental plaza del Quinto Centenario, que se enmarca con el convento de los Dominicos, el Cuartel Balajá, y el ex convento de las Carmelitas, este último convertido en un gran hotel.
El Viejo San Juan, auténtica reliquia del pasado, es un paseo de colores en medio de la gran urbe que se extiende tierra adentro y a lo largo de la costa este, donde los hoteles y edificios bordean las playas.
La ruta de la Costa Atlántica
Zarpamos en dirección al oeste, siguiendo la Costa Atlántica, una sucesión de playas largas de arena blanca, con bahías separadas por pequeños acantilados. Una costa plana que bordea los llanos extendidos al pie de la cordillera central, con algunas lagunas y mucha vegetación.
Dorado es un gran centro turístico, con grandes resorts a lo largo de la playa. Pasando la punta del Cerro Gordo descubrimos Playa Tortuguero, donde se protege la laguna del mismo nombre, antiguo paraíso de los manatíes y ahora hogar del caimán. Las playas vacías se suceden hasta llegar a Arecibo, una gran ciudad con su puerto, donde anclamos para ir a visitar el impresionante observatorio, con su receptor incrustado entre los montes rocosos, así como las cavernas del río Camuy, en medio de un paisaje de formación cárstica.
Arecibo no es una ciudad muy atractiva y zarpamos muy temprano para descubrir, a partir de la pequeña aldea de Isabela y de Punta Sardina, las hermosas playas donde el surfing es un deporte de gran éxito.
Lugares ideales como Playa Jobos, protegida por la barrera de coral, lugar de la Competencia Mundial de Surfing en 1989; Playa Shacks, al pie de la Base Ramey y con unas hermosas cuevas para bucear, y otras playas de largas dunas y arena blanca.
Al pasar Punta Borinquen, con su acantilado ocre y protegiendo la hermosa Playa Wilderness, llegamos a Playa Crash Boat, entre el Atlántico y el Caribe, y que separa Puerto Rico de República Dominicana, con la isla de La Mona, a 50 millas de la costa.
Crash Boat es una de las más bellas playas con sus aguas cristalinas, un verdadero paraíso donde anclamos para gozar de su encanto.
Por la Costa Oeste
Seguimos nuestro recorrido hacia el sur, pasando Bahía de Aguadilla donde se extiende una ciudad grande, con tráfico y hoteles en la orilla. El puerto es muy activo, con sus grúas; la Base Militar Ramey abandonada es utilizada como ciudad de bajos recursos, largas playas separadas por los acantilados que albergan pequeñas ensenadas y barreras de coral al borde de la arena.
La historia dice que es en esa hermosa costa que Colón llegó por primera vez a la isla. Al norte y al sur de Punta Higuera, donde surge el faro, las playas son famosas por el surfing y muy concurridas para nadar.
Rincón, un pequeño pueblo con una excelente marina, es uno de los mejores lugares para gozar de las playas de fina arena y aguas tranquilas, donde surgen algunos hoteles y en el cual finalmente anclamos.
Arribamos al Hotel Horned Dorset, de los más exclusivos de Puerto Rico. Desde sus habitaciones, con alberca privada, se admira el mar desde lo alto del pequeño acantilado, y su restaurante es el más famoso de toda la isla.
La Costa Oeste delimita, con un mar tranquilo, una serie de lagunas, manglares y tranquilas bahías ideales para anclar, con muy buenas marinas. Recorrimos Bahía de Añasco y su larga playa, que colinda con un llano verde al final de la cordillera central. Mayagüez, ciudad ruidosa con un importante puerto, algunas antiguas casas del siglo XIX y su teatro.
La Laguna de Joyuda es un refugio natural para las aves y se puede recorrer en kayac; Puerto Real, pequeño pueblo al fondo de un manglar con sus restaurantes, y la hermosa Bahía de Boquerón, bordeado de playas de arena blanca.
La Costa Sur
El tiempo nos permitió seguir nuestra ruta a lo largo de lo que se considera como la playa de arena blanca más larga de Puerto Rico: el Combate. De aguas tranquilas y cristalinas, antes de pasar el Cabo Rojo, donde destaca Punta Jagüey, con su faro que domina los acantilados, habitados por gaviotas y que protege la paradisiaca Playa Santa.
Nuestro recorrido continuó por la Costa Sur, donde destaca su barrera de coral, interrumpiéndose con pequeñas ensenadas, manglares, lagunas costeras y pocas playas.
En Playa Santa, de arena blanca y mar turquesa, se encuentran unas salinas debido a la poca profundidad de las lagunas, destacándose con extraños colores rosas.
Anclamos en La Parguera, una pequeña aldea al borde de una playa rodeada de manglares.
Por carretera fuimos a visitar el encantador pueblo de San Germán, con sus pequeñas calles y su plaza central y otros lugares como la iglesia de Porta Coeli (construida en 1606) y una serie de casas del siglo XIX, elegantes y con un dulce recuerdo del pasado.
Durante la noche exploramos la Bahía Fosforescente, donde la lancha y los remos al mover el agua producen un estallido de luces (provocado por microorganismos fosforescentes) que habitan esas aguas, dando lugar a un espectáculo luminoso asombroso.
Playa, manglares e islas...
Partimos rumbo a la costa del Bosque Estatal de Guánica, un verdadero fiordo tropical de 3 km de largo y no más de 400 m de ancho, cuyas laderas se encuentran cubiertas de un bosque seco, hogar de 40 especies de pájaros y 700 variedades de plantas. Su profundidad permite navegar sin problema y es un lugar muy peculiar.
Seguimos costeando la protegida Bahía de Guayanilla, con sus manglares y la costa de corales azotados por las olas. Tomamos rumbo a la Marina de Ponce, que ofrece todos los servicios y donde atracamos para conocer la aristocrática Ponce.
Creada en el siglo XVI, la ciudad prosperó realmente con la caña de azúcar, café y ganadería, volviéndose una ciudad importante en el XIX, adornándose de elegantes edificios, como la Catedral de Guadalupe, teatros y parques. Hoy en día es una hermosa ciudad muy animada con su vida nocturna.
La Costa Este
A la salida del sol zarpamos hacia Playa Salinas, famosa por ser el mejor refugio para los veleros que navegan en el Caribe, excelente anclaje en caso de huracán gracias a su colección de pequeñas islas y canales en el manglar de aguas profundas.
Exploramos Bahía de Jobos, protegida por 15 cayos y rodeada de manglares, considerada como el mejor refugio para el manatí, pero sólo pudimos ver unos delfines.
Llegamos a Puerto Arroyo, que marca el final de los llanos del sur donde se hacen las grandes plantaciones de caña de azúcar. Conserva algunos edificios, testigos de su gloria pasada, y delimita el cambio de relieve y vegetación.
Las montañas llegan al mar y empieza la Costa Este, con sus montes cubiertos de selva, sus bahías de arena bordeadas de cocotales al pie de los picos donde se atoran las nubes.
Pasamos una serie de cabos: Mala Pascua, Punta Tuna, Punta Yeguas (donde las montañas de la Cuchilla de Panduras juguetean con el mar, creando bahías y hermosas playas) para descubrir Puerto Yabucoa, situado en el estuario de Tres Ríos, al final de campos de caña de azúcar.
Islas de fantasía
En ese inmenso llano sembrado de palmas de coco se ha instalado una gran urbanización, con su marina y golf, dos hoteles, casino, bancos, casas se trata de Palmas del Mar. Su arquitectura es de estilo ibero-mediterráneo, los yates son soberbios, la gente hermosa, y parece una auténtica isla de la fantasía.
El pequeño puerto de pescadores de Naguabo se aloja en el fondo de una pequeña bahía, bien protegido por una península rocosa y el Cayo Santiago está habitado por una colonia de macacos.
El pueblito tiene un cierto encanto con sus elegantes casas y su malecón, donde se respira la brisa del mar en el atardecer, cuando el sol alumbra las rocas y la larga playa de Humacao.
La Isla de Vieques se encuentra a tan sólo 10 millas de aquí pero por falta de tiempo no pudimos conocerla ni tampoco la de Culebra. Contorneamos la península de la base naval de Roossevelt Roads, una de las bases más grandes del mundo, que cuenta con una población militar de 2,500 soldados y otros tantos civiles.
Al final del día llegamos a la encantadora marina de Puerto del Rey, con una capacidad para albergar 750 barcos, la más grande de la isla y tal vez del Caribe, con su pueblo que cuenta con restaurantes, tiendas, bancos y todos los servicios, hasta talleres para reparaciones importantes.
Bordeando la Isla
En nuestro último día de navegación bordeamos la península noreste de la isla donde se encuentran Puerto Real y Playa Fajardo, los cuales ofrecen servicios de marina. El ferry sale de su puerto y a lo largo de la costa hay marinas, como Villa Marina y Puerto Chico, y la del Wyndham El Conquistador Resort, con su hotel y soberbio golf en las colinas.
Cruzamos las aguas tranquilas de Las Croabas, protegidas por varias islas, para contornear la Cabeza de San Juan, esa pequeña península de reserva natural con sus lagunas y playas protegidas como La Escondida, Seven Seas o El Convento.
Empiezan entonces bellas playas tocadas por las fuertes olas del Atlántico o protegidas por cabos o alojadas en hermosas bahías con su arena blanca y bordeada por edificios de departamentos o por hoteles.
Luquillo es la pequeña Saint-Tropez de la costa noreste, con su vida nocturna intensa. En Loiza Aldea se visita su iglesia que data de 1646, y pasando Punta Cangrejos empieza la costa del Gran San Juan, con sus condominios y hoteles a la orilla del mar: Pine Grove, Isla Verde, Ocean Park, Condado, Miramar, La Concha y un conjunto de playas acogedoras y muy pobladas.
Exploramos la Cordillera Central en tres días para descubrir pueblos escondidos, helechos arborescentes que ascienden hacia el cielo y pierden sus majestuosas hojas entre la neblina y cascadas que rugen en los pliegues.
Desde Barranquitas, un exquisito pueblo dominado por su hermosa iglesia en la plaza adornada por un kiosco hasta Maricao, la aldea reina del café ocultada en su pequeño valle.
De regreso a San Juan
El Yunque, a tan sólo una hora de San Juan, es una montaña de 1,049 m de altura, cubierta de bosque tropical húmedo original. Está habitado por árboles de más de mil años, con 240 especies diferentes, 1,000 especies de plantas, 50 de orquídeas, 60 de pájaros incluyendo varios colibríes y el perico puertorriqueño (higuaca) en peligro de extinción. También cuenta con nueve especies de camarones de agua dulce, la rana coquí, lagartijas, la boa de Puerto Rico, repartidos en cuatro zonas de vegetación diferente.
Según la altura los árboles cambian, las precipitaciones varían y en la cima se aloja la neblina que permite alimentar el musgo. El Yunque es el parque nacional más famoso del Caribe, que se visita por senderos perfectamente bien señalados.
Puerto Rico es una isla encantadora que fascina gracias a su gente que platica a la sombra del umbral de las casas o baila cuando la noche llega con frescura.
Sus vientos cuentan historias de piratas que habitaban las bahías, y navegar alrededor de ella es una invitación a encontrar una bella naturaleza, la costa que sorprende después de cada cabo.
Texto: Patrick Monney ± Foto: Patrick Monney