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Hace poco tiempo, escuché por primera vez sobre la cacería de los peces vela en las aguas cercanas a Isla Contoy. Siendo un poco escéptico, inicialmente vacilé en salir a buscarlos. Sin embargo, mi amigo, el inquieto Armando Gasse, no se rindió fácilmente, y continuó obstinado en salir en su búsqueda. Realizamos dos, o quizá tres intentos sin tener éxito en su localización.
Para enero de 2009, planeamos una expedición de pesca con mi hijo Rodrigo a un lugar donde habían encontrado un barco hundido. El capitán Remigio tenía la localización exacta e insistió en llevarnos para ser los primeros en explorarlo y documentarlo.
El barco hundido se localiza a 56 millas náuticas de las costas de Cancún, así que decidimos salir muy temprano dejando la lancha preparada desde el día anterior. La tripulación para esta expedición la conformaron los capitanes Remigio y Gabriel, Rodrigo, Armando, Mauricio y un servidor.
Zarpamos con rumbo al norte, dejando atrás Isla Mujeres con rapidez. Esta vez tengo conmigo a un experto en pesca y gran conocedor del comportamiento de los picudos, Gregorio mejor conocido como “Goyo”, un entusiasta hombre de mar. Además, se unen dos de mis capitanes, Gabriel y Remigio. Armando y Harris complementan el grupo para la expedición.
Con gran entusiasmo, estamos preparados para encontrar a los velas. Goyo no tarda mucho en vislumbrar a los pájaros comiendo, la señal que nos permite conocer la localización de estos majestuosos peces. Con una sonrisa, nos prepara para llegar a su encuentro.
Más que brincar al agua, nos deslizamos por la borda y empezamos a nadar hacia donde nos dirige con fuertes gritos el capitán Gabriel. “Adelante, don Beto, adelante” ahí los va a encontrar. A lo lejos, apenas distingo una gran actividad en la superficie de la mar. De pronto, todo se detiene y la gran escuela de sardinas baila frente a mí. Veo cómo el cardumen le abre el paso a un gran pez vela que, majestuoso, muestra su enorme vela y sus brillantes colores con orgullo.
El enorme pez pasa junto a mí y desaparece en un instante, registrándose en la lente y en mi mente para siempre. Pero no era momento de meditación, la acción continúa más adelante. Armando y Harris me llevan ventaja, teniendo que usar toda mi energía para alcanzarlos.
Pasan algunos minutos antes de que la gran escuela se detenga por completo otra vez, dándonos uno de los espectáculos más impresionantes: el pez vela en plena cacería. Más que alimentarse, parecen ejecutar una hermosa danza acuática. Contemplo al coloso, que puede llegar a medir hasta 2.5 metros de punta a punta, conduciendo a sus presas a la cercanía de la superficie para poder comerlas con más facilidad. Con la ayuda de su pico, el depredador se abre paso entre el grupo de sardinas para crear una célula más pequeña, que sea más controlable, ya que las presas zigzaguean para evitar ser capturadas, y se protegen dentro del grupo moviéndose a gran velocidad, y como una sola unidad.
De nueva cuenta corro con mucha suerte al presenciar esta danza, ya que tanto los peces vela como las sardinas son migratorios, y sus poblaciones se distribuyen ampliamente en diversos océanos. Pero de enero a junio, los Istiophorus platypterus y las Sardinellas aurita se encuentran pez a pez en este lecho de mar. Tanto para el depredador como para su presa, la plataforma continental constituye el hábitat perfecto. Las aguas son poco profundas, ricas en plancton, y las corrientes oceánicas entre Cuba y Yucatán prometen comida abundante.
La cacería se engalana con un hermoso y letal cambio en el depredador. Los peces vela, que suelen viajar separados, unen sus fuerzas. Cada ataque se acentúa con un asombroso destello de la aleta dorsal, que mide más del doble del perfil del cazador. Un centello iridiscente, a menudo en franjas azul plateado, enfatiza el efecto.
Por lo general, el animal luce opaco, pero bajo presión o excitación, las células contraen sus pigmentos para dejar al descubierto los colores metálicos bajo la piel. Esto puede servir no sólo para desorientar a la presa, sino para que otros peces vela se mantengan alejados. Dadas sus narices puntiagudas y la velocidad a la que nadan, esto es muy importante. De hecho, su pico que es una prolongación de la mandíbula superior, con la que abaten a sus presas y se defienden de tiburones y otros enemigos, es afilado como un cuchillo.
Ya que la esfera está bajo control, los peces vela se turnan para atacarla, moviendo sus cabezas de lado a lado para golpear con gran precisión a las sardinas con su pico. Los cazadores se abalanzan sobre los desorientados peces antes de que escapen. Reducida a pedazos, la esfera de sardinas se deshace lentamente en un vórtice, las presas están exhaustas y descoordinadas. Lo común es que los peces vela se coman hasta la última. Al final, sólo algunas escamas desprendidas son el testimonio silencioso de una hermosa y silenciosa batalla por la supervivencia.
Tantas bellezas escondidas se aparecían en nuestra travesía submarina, que nos dejan mudos de asombro, y por más que quería trasmitirlas con palabras, no encontraba las adecuadas. Preferí entonces quedar inmerso en la hermosura envoltura del silencio. He regresado en otras ocasiones, pero no los encontré con el mismo esplendor que el día en que tomé estas imágenes. Es lamentable que la gente los conozca solamente como trofeos de pesca, premios a la crueldad humana, en lugar de verlos en su momento de gloria, destellando gamas tornasol mientras lucen majestuosamente en su letal cacería.
Texto: Alberto Friscione Carrascosa ± Foto: Rodrigo y Alberto Friscione